Geoingeniería, la técnica de manipular el clima de la Tierra, se encuentra ahora en un umbral crítico. Este concepto, que hace una década era rechazado por la comunidad científica, está ganando adeptos debido al avance inexorable del cambio climático y la presión constante por encontrar soluciones eficaces y rápidas.
A través de propuestas como el lanzamiento de dióxido de azufre a la estratosfera para bloquear los rayos solares o la fertilización mórbida de los océanos con hierro para intensificar la absorción de CO2, los científicos buscan intervenir directamente sobre el sistema climático de nuestro planeta. Si bien tales técnicas son potencialmente riesgosas, diversos investigadores las consideran una vía que merece ser explorada bajo condiciones controladas.
Rob Jackson, presidente del Global Carbon Project, argumenta que, aunque las investigaciones podrían propiciar un mayor uso de ciertas estrategias, experimentarlas es vital para entender sus consecuencias y beneficios. El impulso por la financiación y el crecimiento de compañías centradas en la geoingeniería continúa, con ejemplos como “Make Sunsets”, una start-up que ya ha lanzado globos cargados de dióxido de azufre en un intento por mitigar el calentamiento global.
La falta de consenso sobre los métodos idóneos es evidente. Mientras algunas voces en la comunidad científica defienden que las técnicas de geoingeniería afectan directamente al sistema planetario, otros sugieren que estrategias de captación directa de aire, que no alteran naturalmente, han de separarse de esta categoría.
El reporte de 2018 del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático marcó un reinicio en el enfoque sobre la geoingeniería. Sin medidas proactivas, el umbral de aumento de 1,5 grados Celsius en temperatura —establecido en el Acuerdo de París— parece inalcanzable sin la eliminación del carbono de la atmósfera.
También surgen preocupaciones éticas. David Keith, investigador prominente en el campo, sostiene que la investigación en geoingeniería es ineludible, pero el uso de técnicas como la gestión de radiación solar debe sopesarse cuidadosamente para evitar consecuencias globales adversas como cambios imprevistos en patrones de lluvia.
Sin embargo, las disputas científicas y el escepticismo de organizaciones ambientales persisten. Críticos, como Lili Fuhr, teme que estas “soluciones tecnológicas especulativas” desplacen a las acciones climáticas tangibles.
A pesar de las incertidumbres, la urgencia del problema parece impulsar a los líderes científicos a continuar explorando. Algunos, como Ken Caldeira, piensan que experimentos de campo podrían ofrecer respuestas claras sobre qué técnicas son viables o arriesgadas, incluso contemplando la idea de realizar exploraciones estratosféricas post-erupciones volcánicas.
La geoingeniería emerge así como una herramienta potencial, no exenta de controversia, en la batalla por mitigar los efectos del cambio climático, anticipando una presión creciente sobre los líderes globales para que tomen decisiones informadas y responsables.