En las últimas semanas de septiembre de 2024, el paso del huracán Helene por el sureste de Estados Unidos puso de nuevo sobre la mesa la creciente preocupación por las amenazas químicas que emergen durante fenómenos climáticos extremos. Las inundaciones trajeron consigo una serie de peligros que afectan desproporcionadamente a comunidades cercanas a instalaciones industriales.
Helene embistió áreas industriales en Georgia, Carolina del Norte y Tennessee, entre otros lugares, azotando papeleras, fábricas de fertilizantes y almacenamiento de petróleo y gas. Estas industrias, especialmente las papeleras, figuran entre las más contaminantes del planeta, albergando sustancias como el plomo, acumulado tras años de prácticas de producción. Mientras el ojo de la tormenta avanzaba, se registraron inundaciones que alcanzaron los 12 pies en áreas costeras, incluyendo una planta nuclear en desuso al sur de Cedar Key, que también había sido encharcada en el pasado por un fenómeno similar en 2023.
En el interior de los estados, la lluvia superó el pie de altura, provocando desbordamientos en ríos cercanos a sitios industriales. Las repercusiones de estos daños no se hicieron esperar: se documentaron derrames de productos químicos tóxicos, aunque la información sobre estos sucesos llegaba tarde o era simplemente inexistente para los habitantes locales.
Ejemplos de desastres pasados resaltan la gravedad de estos eventos. Durante el huracán Harvey en 2017, las instalaciones químicas cerca de Houston ardieron tras la falla de sus sistemas de refrigeración, emanando contaminantes al aire y causando potenciales enfermedades respiratorias entre los residentes. La situación es más evidente en la región de la Costa del Golfo, donde los complejos petroquímicos proliferan a lo largo de las riberas, vulnerables a las crecientes marejadas.
Un estudio reciente reveló que las liberaciones de contaminantes han sido de dos a tres veces más frecuentes durante ciclones. Esta contaminación afecta de manera desproporcionada a las comunidades de bajos ingresos y a las personas de color, agravando aún más los riesgos para la salud ambiental.
Uno de los grandes problemas es la falta de transparencia. Las regulaciones exigen solo la presentación de información genérica sobre riesgos químicos, y muchas veces, los planes de gestión están rodeados de secretismo. En situaciones de emergencia, nemerosos, incluyendo los socorristas, carecen del conocimiento adecuado para lidiar con los peligros a los que podrían enfrentarse.
El Centro para Futuros Costeros y Resilencia Adaptativa de la Universidad de Rice, mediante sus mapas interactivos, busca concienciar sobre los riesgos de las instalaciones vulnerables en todo el país. Estas herramientas permiten a las comunidades identificar puntos críticos y prepararse mejor para el impacto climático, fortaleciendo así su capacidad de resiliencia. El conocimiento es el primer paso para la acción y, con cada tormenta que amenaza, se refuerza la necesidad de estrategias preventivas y adaptativas.