En los años 60, un medicamento llamado talidomida se convirtió en una pieza clave de un drama médico y legal que afectó a miles de familias. Inicialmente promocionado por la farmacéutica Chemie-Grünenthal como un sedante seguro, causó un aumento de lesiones congénitas severas en bebés. En Alemania, el pediatra Widukind Lenz comenzó a investigar una extraña oleada de nacimientos con defectos físicos. Su pesquisa lo llevó hasta el medicamento Contergan, la versión alemana de la talidomida.
Lenz, conocido por su carácter escéptico y meticuloso, sospechó del efecto del medicamento luego de entrevistarse con varias familias cuyos hijos nacieron con anomalías físicas. La madre de una bebé nacida sin brazos recordó haber tomado Contergan, lo que despertó aún más las sospechas de Lenz.
En Estados Unidos, la doctora Frances Oldham Kelsey, encargada de evaluar la aprobación de la talidomida en su versión bajo el nombre Kevadon, se mostró reacia a dar el visto bueno sin evidencia concluyente sobre la seguridad del fármaco en embarazadas. Puntualmente, exigía estudios de sus efectos en las primeras semanas del embarazo, período en el cual el fármaco demostró ser más perjudicial.
Mientras Merrell Pharmaceuticals distribuyó millones de dosis a través de “pruebas clínicas” sin aprobación de la FDA, continentes enteros emprendieron una batalla silenciosa por detener la expansión de un medicamento peligroso. A pesar de las presiones comerciales, Kelsey, armada con su experiencia en estudios embrionarios, resistió las insistencias de la farmacéutica.
El impacto de la talidomida fue devastador: bebés nacidos con extremidades disminuidas, defectos cardíacos y problemas auditivos. Solo un pequeño número de dobles dosis del medicamento bastaba para causar daños irreparables en el desarrollo embrionario. Finalmente, las acciones conjuntas entre Kelsey en Estados Unidos y Lenz en Alemania llevaron a la suspensión y retirada del medicamento del mercado.
Este lamentable capítulo de la historia médica subraya la importancia del rigor científico y la ética en la investigación y aprobación de medicamentos. Gracias a los esfuerzos de personas como Kelsey y Lenz, futuras generaciones se salvaron de las lamentables consecuencias del uso indiscriminado de talidomida.