Europa ha vivido el verano más caluroso jamás registrado, un hito señalado por científicos y que refleja el acelerado ritmo del cambio climático impulsado por actividades humanas. Las máximas temperaturas se registraron en el sureste del continente, donde las olas de calor se hicieron sentir de manera implacable. Según el Servicio de Cambio Climático de Copernicus, este periodo estival trajo consigo un aumento promedio de temperaturas de 1,54 grados Celsius en relación con el promedio entre 1991 y 2020, superando incluso las ya elevadas marcas del verano de 2022.
Southeastern Europe fue protagonista de un fenómeno de estrés térmico nunca antes visto, alcanzando un total de 66 días con temperaturas aparentes de 32 grados Celsius o más. Estas condiciones extremas se prolongaron durante dos meses en regiones de Grecia y Turquía, donde las temperaturas percibidas superaron frecuentemente los 38 grados Celsius. Asimismo, zonas en el sur y el este del continente presentaron estrés térmico “muy fuerte”, con algunos enclaves en España y Turquía sufriendo niveles “extremos” de 46 grados o más, umbrales que son peligrosos para la salud humana.
En marcado contraste, el noroeste de Europa registró un verano más fresco, con temperaturas por debajo de la media en países como Islandia, Irlanda y el Reino Unido.
Estos registros dejan claro que el cambio climático, alimentado por las actividades del hombre, está transformando dramáticamente los patrones climáticos en Europa. Con el continente calentándose a una rapidez sin precedentes, las implicaciones para la salud pública, la economía y el medio ambiente son significativas. Ahora, expertos y responsables de políticas deben considerar estrategias de adaptación para mitigar los riesgos proyectados, asegurando que las comunidades estén mejor preparadas para enfrentar futuros desafíos climáticos.