Hace más de tres mil millones de años, un gigantesco asteroide colisionó con la Tierra durante el eón Arcaico, generando un impacto mucho más devastador que el famoso evento que acabó con los dinosaurios. Este antiquísimo impacto, conocido como “S2”, arrojó al cielo al menos 10,000 kilómetros cúbicos de roca vaporizada, causando estragos en el biosfera primitiva del planeta.
Mientras la mayoría de los organismos que habitaron la Tierra en esa época eran microbios, el impacto S2 fue tan destructivo que vaporizó la capa superior del océano y desencadenó gigantescos tsunamis. Curiosamente, estos desastres también trajeron “beneficios” para la vida primigenia, al liberar una lluvia de fósforo y otros elementos esenciales en los mares entonces malnutridos, propiciando una explosión de vida en un entorno aparentemente inhóspito.
Las investigaciones lideradas por Drabon y sus colegas de Harvard sugieren que estas catástrofes, aunque devastadoras, tuvieron efectos beneficiosos en el largo plazo. Al interrumpir la tranquilidad de aquellos “desiertos biológicos”, forzaron adaptaciones que potenciaron la capacidad de los microorganismos para sobrevivir y prosperar.
La erosión y la agitación del lecho marino permitieron que nutrientes como el fósforo se incorporaran al agua, alimentando a las bacterias fotosintéticas que dependían del hierro. Además, el análisis isotópico del carbono en capas de microbios antiguos muestra un cambio significativo en los metabolismos dominantes tras el impacto.
Un dato importante es el descubrimiento de cristales hexagonales de sal, consecuencia de la rápida evaporación del agua marina tras el impacto, indicando cómo las condiciones del ambiente impulsaron la selección natural, favoreciendo la resiliencia de las microorganismos.
En su estudio, publicado en la prestigiosa revista Proceedings of the National Academy of Sciences, los científicos también resaltaron la importancia de los impactos asteroides en el desarrollo de la biodiversidad temprana. Tal como ocurrió después del evento S2, otros fenómenos, como la “Tierra Bola de Nieve”, muestran cómo los cambios ambientales extremos pueden facilitar regeneraciones biológicas al redistribuir nutrientes esenciales.
Reflexionando sobre los nefastos y, al mismo tiempo, revitalizadores efectos de estos eventos cataclísmicos, los investigadores sugieren que, si un asteroide de magnitud similar atacara la Tierra hoy, a diferencia de los microbios arcaicos, muchas formas de vida complejas, incluidas las plantas y los animales, podrían no sobrevivir. La historia nos ha demostrado que, al final, estos escenarios destruyen, pero también gestan vida.