A medida que Huracán Helene arremetía en la noche del 26 de septiembre, comenzó su devastador recorrido en la costa sureste de los Estados Unidos. Impactando con furia en el estado de Florida, la tormenta avanzó a través de Georgia y Carolina del Sur, antes de adentrarse en la región de los Apalaches Occidentales. Lo que alguna vez fue considerado un “refugio climático” en Asheville, Carolina del Norte, se vio sorprendido por la incursión de la tormenta a 300 millas de la costa. Los habitantes acostumbrados a climas más benignos enfrentaron un desastre antes inimaginable.
La intensidad de Helene no pasó desapercibida, con vientos que alcanzaron los 140 mph. El fenómeno del calentamiento del océano absorbido por excesivo calor, junto con el aumento del contenido de humedad en el aire, predispusieron una “intensificación rápida” del huracán convirtiéndolo en un evento catastrófico. El resultado devastador fue evidente al descargar impresionantes cantidades de lluvia en la región. Particularmente en Carolina del Norte, algunos lugares recibieron más de dos pies de agua pluvial.
Mientras la tormenta azotaba, los residentes de Asheville experimentaron situaciones alarmantes. Los alertas de emergencia iluminaron la noche, acompañados por el crujir de árboles derrumbándose y dejándolos sin electricidad, internet ni servicio de telefonía móvil. La incertidumbre reinante se intensificó cuando un gran pino atravesó el techo del hogar de Melissa Hanson, una residente reciente de la localidad. Afortunadamente, su hijo resultó ileso, pero el incidente subrayó el peligro latente.
A pesar de la inesperada crisis, los Hanson tenían la suerte de estar cerca de una carretera abierta mientras hacían sus planes para abandonar la ciudad. Optaron por trasladarse a la costa, donde encontraron refugio seguro. Sin embargo, el panorama no era tan alentador para todos. Muchos ciudadanos quedaron aislados, rodeados por deslizamientos de tierra y aguas aún desbordantes. Según estimaciones, aproximadamente dos millones de individuos quedaron sin suministro eléctrico en cinco estados. Cuatro días después del paso del ciclón, los operativos de emergencia continuaban enfocados en tareas de búsqueda y rescate.
La cifra de personas desaparecidas aún no se confirmaba completamente, pero al menos 199 individuos perdieron la vida. La anterior percepción de seguridad en Asheville no coincidía con la devastación; la ocasión resaltó la urgente necesidad de abordar la crisis climática, una silenciosa pero brutal fuerza que, si no se controla, podría generar desastres similares en cualquier parte del mundo.
A medida que los daños se evaluaban y las intervenciones se planificaban, quedó claro que recuperar la normalidad llevaría años y demandaría una inversión mil millonaria. Dicha catástrofe climática, acentuada por decisiones humanas, obliga a la comunidad global a replantearse sus políticas energéticas. Las imágenes de destrucción enfatizan la urgencia de tomar decisiones responsables respecto al clima y ofrecen lecciones prácticas sobre preparación ante emergencias. Mientras las elecciones presidenciales se acercan, el acto de votar no se vislumbra únicamente como un derecho, sino como una herramienta de esperanza ante futuros desafíos climáticos.