La miopía, también conocida como nearsightedness, ha alcanzado niveles epidémicos a nivel mundial. En 350 a.C., fue el filósofo griego Aristóteles quien primero describió esta condición al observar personas que entrecerraban los ojos para enfocar mejor. Dos mil años más tarde, esta afección ocular está en aumento, afectando a una parte significativa de la población mundial. Se espera que, para el año 2050, unos cinco mil millones de personas, la mitad de la población del planeta, sufran de miopía.
En países asiáticos, la situación es particularmente alarmante, con tasas de miopía que alcanzan hasta el 88% en algunas regiones urbanas. Sin embargo, no es un problema exclusivo de Asia; en Estados Unidos, la prevalencia de la miopía ha incrementado significativamente, de un 25% en los años 70 a un 42% en la década de 2000. Actualmente, la miopía es una causa principal de discapacidad visual que puede desencadenar en diagnósticos serios como el desprendimiento de retina o el glaucoma.
Frente a este escenario, el informe del comité de la Academia Nacional de Ciencias, Ingeniería y Medicina (NASEM) de Estados Unidos ha recomendado clasificar la miopía como una enfermedad. Esta clasificación permitiría mayor financiación y recursos para investigaciones, así como una mejor atención y tratamientos en niños. El comité también aconseja aumentar el tiempo que los niños pasan al aire libre, ya que la exposición a la luz natural se ha demostrado beneficiosa para la salud visual y podría evitar el desarrollo de la miopía.
El fenómeno de la miopía no solo se debe al uso excesivo de dispositivos electrónicos, aunque estos ocupan protagonismo en la vida de las nuevas generaciones. La falta de exposición a luz solar durante la infancia debido a largas horas de estudio en lugares cerrados también es un factor determinante. Países como Singapur han implementado políticas para aumentar el tiempo al aire libre, incluyendo sesiones de juego durante horas escolares, en un intento de mitigar los efectos perjudiciales de la miopía.
El informe detalla varias estrategias adoptadas internacionalmente, tales como el uso de gotas de atropina, que aunque no curativas, han mostrado reducir el desarrollo de la miopía en años de escolarización. Instituciones educativas en Asia también han comenzado a usar cristales en paredes de aulas para aprovechar mejor la luz natural. A pesar de estas iniciativas, una comprensión detallada y un enfoque más integrador son necesarios, ya que el impacto de la miopía en el futuro laboral y el desarrollo económico es una preocupación creciente.
En conclusión, la consideración de la miopía como una enfermedad permitiría enfrentar con mayor rigor una condición cada vez más preocupante. Al clasificarla adecuadamente, se garantizaría un enfoque más coordinado entre sectores educativos, sanitarios y gubernamentales para afrontar los retos que presenta esta epidemia visual global.