El equilibrio entre lo simple y lo complejo: Reflexiones desde la ciencia y la filosofía
En un mundo donde las explicaciones aparentes gobiernan la percepción común, el principio de la navaja de Occam sostiene que la respuesta más sencilla suele ser la más certera. No obstante, esta es una simplificación que a menudo no se alinea con la realidad observada en la naturaleza y la ciencia. Tal como lo afirmaba el filósofo Guillermo de Ockham en sus disertaciones del siglo XIV, “pluralitas non est ponenda sine necessitate”, sugiriendo que no deberíamos multiplicar entidades sin necesidad.
Isaac Newton, en el siglo XVII, amplió sobre esta idea con su concepto de “causa verdadera”, abogando por no introducir causas innecesarias al explicar fenómenos naturales. Este enfoque, sin embargo, plantea la pregunta: ¿quién decide lo que realmente complace a la naturaleza?
La evidencia aportada por la astrónoma Vera C. Rubin sobre la existencia de la materia oscura desafía esta simplicidad. Al observar el movimiento de las galaxias en espiral, Rubin concluyó que su masa visible no justificaba su dinámica, llevando a la introducción de la materia oscura como una explicación más compleja pero acertada.
En física, las interpretaciones han evolucionado de entender la luz como un fenómeno exclusivamente de partículas, una visión promovida por Newton, a aceptar la dualidad onda-partícula que postula la mecánica cuántica. Aunque difícil de comprender, este modelo más complejo refleja con mayor precisión la realidad.
En biología, la causalidad es igualmente intrincada. La persistente controversia sobre el vínculo entre fumar y el cáncer destaca cómo explicaciones simplistas pueden llevar a conclusiones erróneas. El simplismo del tema se confronta finalmente con la complejidad inherente a las enfermedades.
El debate sobre el origen de la pandemia de COVID-19 ilustra aún más las falacias de una aplicación estricta de la navaja de Occam. La teoría del escape de laboratorio frente a la transmisión zoonótica muestra cómo, en ocasiones, las explicaciones aparentemente sencillas son engañosas.
En resumen, la noción de que las explicaciones más simples son preferibles es menos un reflejo de la realidad y más una limitación de nuestra imaginación. En última instancia, la ciencia es sobre permitir dejar que las pruebas contradigan nuestros instintos simplistas y aceptar que la verdadera naturaleza puede ser desconcertante y compleja. El valor de una explicación reside en su precisión y evidencia, no en su elegancia o simplicidad.