En un rincón acuático del campo alemán, los protozoologistas Andreas Suthaus y Sebastian Hess descubrieron una extraordinaria forma de vida. Durante sus investigaciones de vampyrellids, estos científicos fueron seducidos por las intrigantes conductas alimenticias de una ameba desconocida, denominándola finalmente como Strigomyxa ruptor. A diferencia de sus congéneres protistas, esta ameba no solo agujerea la pared celular de su presa; en cambio, la envuelve como si de un voraz depredador se tratara.

Bajo la atenta mirada de sus descubridores, se observó cómo este organismo microscópico se apropia de las entrañas de las algas Closterium de una manera peculiar. Introduce el alga en un compartimiento especial donde las enzimas obran su magia: una parte de la pared celular se disuelve, mientras que la otra se adhiere al compartimiento interno. Como un pistacho que se quiebra, el alga se abre y la ameba extrae el contenido, dejando detrás un cascarón vacío.

Bautizada con un nombre inspirado en la palabra griega para “búho”, Strigomyxa, refleja su comportamiento reminiscentemente nocturno y metódico. Todo esto es ejecutado por una sola célula, una hazaña evolutiva que sorprende incluso a los más veteranos en el estudio de la protozoología. La capacidad de esta ameba de dividir y consumir a su presa es un testimonio alentador sobre la adaptabilidad y la innovación en el mundo microbiano.

El descubrimiento de S. ruptor no solo arroja luz sobre una nueva especie, sino que también desafía las nociones preconcebidas de cómo estos diminutos predadores pueden manipular su entorno para sobrevivir. Este enigma devorador, cubierto en la revista Ecology and Evolution, no solo ofrece una perspectiva asombrosa sobre la diversidad biológica, sino que también plantea nuevas preguntas sobre los mecanismos evolutivos. Así, estos vampyrellids nos muestran una ingeniosa estrategia de alimentación que subraya la danza continua de la vida y la evolución en todos sus niveles.