En vista de las inminentes elecciones presidenciales del 2024 en Estados Unidos, el tema del cambio climático emerge como un eje clave del debate electoral. La razón es simple: las políticas climáticas tendrán un impacto significativo no solo en el territorio estadounidense, sino también a nivel global. Estados Unidos enfrenta un difícil dilema; en las últimas semanas, su territorio ha sido testigo de catástrofes alimentadas por el cambio climático: incendios forestales, olas de calor agobiantes y huracanes devastadores han hecho estragos, obligando a millares de personas a evacuar y destruyendo cientos de hogares. La cuestión climática es ineludible: las continuas y crecientes calamidades son una realidad y el costo llega a unos desmesurados 150,00 € mil millones anuales.
Bajo el mandato de Biden-Harris, iniciativas como la Ley de Reducción de la Inflación han sido un punto de inflexión en la política ambiental estadounidense. Esta ley representa una inversión climática sin precedentes, asignando 369,00 € mil millones para proyectos eco-amigables en una década. Además, se han promulgado regulaciones ambientales más estrictas, centrándose en la reducción de emisiones de carbono de las plantas de energía y la industria petrolera.
No obstante, el futuro de estas iniciativas está en juego. Kamala Harris, de ser electa, promete seguir con estas políticas y nuevas propuestas, considerando el aire limpio como un derecho fundamental. En contraste, Donald Trump apuesta por un enfoque radicalmente opuesto, orientado hacia el aumento de la producción de combustibles fósiles y la eliminación de regulaciones medioambientales actuales.
Trump ha designado la controversia Proyect 2025 como base de su estrategia climática futura, un plan que podría maximizar la extracción de combustibles en tierras federales y desmantelar las estructuras existentes de ciencia climática del gobierno. Aunque la administración pasada de Trump eliminó protecciones medioambientales, dando preferencia a la industria del petróleo y gas, su contienda actual se alinea con esas políticas pretéritas.
Las comparaciones de políticas vigentes y escenarios futuros muestran que, de ganar Trump y activar su proyecto, el progreso hacia la reducción de emisiones se detendría drásticamente. Pero en un giro irónico, mientras Trump critica los fondos de la Ley de Reducción de la Inflación, sus homólogos republicanos han reconocido su impacto positivo en la creación de empleos dentro del sector de energía limpia.
En últimas, la decisión en las urnas no solo definirá el liderazgo del país sino asimismo el rumbo ambiental que determinará el bienestar ecológico no solo de Estados Unidos, sino del mundo entero. Cada elección cuenta, cada acción reverbera en el destino ambiental colectivo. La urgencia del cambio no es mera teoría; es el pulso inminente de la realidad climática global.
La confrontación entre los ideales de Harris y Trump representa una bifurcación crítica en la historia ecológica estadounidense: seguir fomentando un futuro con conciencia ambiental o reflotar políticas que retrocedan décadas en materia climática.