El panorama en la reunión de la Asamblea General de las Naciones Unidas ha dejado más incertidumbres que certezas, con un evidente desgaste dentro del organismo encargado de preservar la paz mundial. A pesar de las promesas de reformas, las tensiones entre las grandes potencias, específicamente Estados Unidos, China y Rusia, han paralizado en gran medida al Consejo de Seguridad. La reticencia de estas naciones a colaborar coordinadamente está poniendo en evidencia una parálisis institucional, con efectos visibles sobre las crisis de mayor envergadura, como los conflictos de Sudán, Gaza y Ucrania.
En las sesiones, mientras algunos dirigentes y diplomáticos siguen con sus rutinas de discursos y reuniones, persiste una sensación de repetitividad y falta de efectividad, como señalara un diplomático africano. Aún más llamativo ha sido el comentario del secretario general, António Guterres, al expresar que el Consejo de Seguridad ha fallado sistemáticamente en intervenir eficazmente en los conflictos críticos del momento.
El constante enfrentamiento ha impuesto trabas incluso en decisiones básicas, antes esenciales para la cooperación, como es el caso de la aplicación de sanciones sobre el régimen de Corea del Norte. Esta situación coloca en una franca disyuntiva a la comunidad internacional, que observa impotente cómo la falta de acción del Consejo lleva a un estado de “zombificación”.
Con los recursos para otras organizaciones de la ONU, como las de salud y refugiados, languideciendo debido a donaciones insuficientes, el panorama global luce desolador. La muerte de más de 220 empleados de la ONU en Gaza ha exacerbado un sentimiento de abatimiento en la organización.
Junto con las ya conocidas tensiones geopolíticas, nuevas dinámicas están emergiendo. Estados Unidos ha presentado recientemente una propuesta para modificar la estructura del Consejo de Seguridad, abriendo la puerta a más miembros permanentes, aunque sin otorgarles poder de veto. Esta propuesta sigue sin abordar el poder de veto de los actuales miembros permanentes. A su vez, Rusia intentó suavizar un acuerdo que abogaba por reformar los mecanismos globales de gobernanza en una cumbre organizada por Guterres, revelando su resistencia al cambio.
Mientras tanto, la ironía no se pierde para quien observa que foros alternativos, como el G7 o el G20, han conseguido concretar acuerdos que legitiman cada vez más su existencia. Aunque se persiguen cambios, la realidad muestra un escenario incierto para la ONU, que parece enfilarse al peligroso sendero de la irrelevancia a menos que se tomen medidas audaces.