El reciente descalabro electoral de los Verdes en Bruselas pone de manifiesto una desconexión creciente entre la agenda climática del partido y las preocupaciones cotidianas de los votantes europeos. Esta tendencia se repite en lugares como Alemania, donde, a pesar del reconocimiento generalizado de la urgencia climática, los ciudadanos muestran reticencia hacia políticas que perciben como un lastre económico.
Políticas como las zonas de bajas emisiones en Bélgica, por ejemplo, han sido objeto de críticas, no por el fin que persiguen, sino por sus efectos desiguales. Mientras que los más ricos pueden beneficiarse de incentivos para adquirir vehículos eléctricos, aquellos con menos recursos ven cómo sus posibilidades se restringen y sus bolsillos se aprietan todavía más. Este fenómeno alimenta un resentimiento que no solo socava el apoyo a las medidas medioambientales, sino que también ofrece un caldo de cultivo perfecto para los partidos populistas que se presentan como los defensores de “la gente común”.
A medida que los precios de la energía se disparan, las propuestas para que una transición hacia tecnologías más limpias como bombas de calor o paneles solares parecen desconsiderar la carga financiera que supondría para muchos hogares. Este déficit de empatía y soluciones prácticas se traduce en una percepción de que dichas políticas benefician desproporcionadamente a quienes menos lo necesitan.
Por si fuera poco, la narrativa de “responsabilidad colectiva” que propugnan los Verdes parece, desde la perspectiva de muchos votantes, una exhortación a que los menos favorecidos carguen con el mayor peso de una transición que beneficia principalmente a los más adinerados. Resulta claro que, si el movimiento verde aspira a recuperar terreno electoral, deberá apostar por un discurso que replantee cómo se distribuyen los costos climáticos.
Para lograr avances reales, es indispensable que las propuestas incorporen una distribución justa de los costos, asegurándose de que aquellos con más recursos soporten una parte significativa del peso del cambio. La clave reside en una estrategia que resuene con las inquietudes económicas inmediatas de la población, no sólo con los ideales elevados del ecologismo.