La preocupación por la desinformación en internet ha alcanzado nuevos niveles en Estados Unidos, especialmente con la reciente intervención del Departamento de Justicia que se apoderó de 32 dominios vinculados a actos de influencia rusa en la política estadounidense, en particular las elecciones presidenciales de 2024. Si bien el término “fake news” se popularizó para describir noticias falsas, tanto políticos como el público en general aceptan que este es solo una pequeña parte del problema.
Un intenso debate prevalece entre los académicos sobre la magnitud de la desinformación. Una reciente discusión en la revista Nature sugiere que la desinformación podría ser una amenaza incluso mayor para la democracia de lo que se pensaba. Por otro lado, otro estudio indica que la exposición a este tipo de información es baja y se concentra en un reducido grupo de usuarios extremos.
A pesar de esto, los acontecimientos recientes, como el violento asalto al Capitolio y el rechazo generalizado a las vacunas de COVID por una significativa minoría, ponen en evidencia una percepción pública errónea. Actualmente, algunos investigadores sostienen que el problema va más allá del “fake news” en las redes. Un estudio publicado en Science reveló que noticias engañosas sobre muertes después de vacunarse, aparecidas en medios respetables como el Chicago Tribune, influyeron significativamente en la hesitación vacunal en EE.UU., mucho más de lo que nunca lo hubiera hecho un contenido verificado como falso.
Además, las declaraciones de políticos como Donald Trump acerca de la interferencia electoral alcanzaron grandes audiencias, tanto en medios tradicionales como en redes sociales, demostrando una fuerte capacidad de influir. La expansión del concepto de desinformación para incluir titulares engañosos de medios mainstream y declaraciones políticas directas resalta lo prevalente y complejo del problema.
En este sentido, los actuales intentos de abordar la desinformación mediante el desmantelamiento de mentiras de fuentes marginales son insuficientes. La debida atención a información engañosa proveniente de fuentes reconocidas es crucial, ya que tiene un alcance inmenso y un potencial de daño significativo.
Académicos y periodistas deben enfocar sus esfuerzos en determinar qué contenido contribuye verdaderamente a las equivocaciones públicas. Las soluciones incluyen experimentos que determinen el impacto de contenidos engañosos en creencias relevantes, mientras que los medios deben reflexionar sobre su propio rol en la diseminación de falsas percepciones. Este llamado a la responsabilidad es extensible también a las plataformas de redes sociales, que deben adoptar medidas más efectivas para combatir este problema. Una solución viendría de las moderaciones comunitarias y un enfoque donde el contenido se clasifique por calidad, no por nivel de interacción.
Abordar la desinformación es mucho más complejo que frenar la propagación de contenido falso. No obstante, secretos y estrategias que puedan mitigar sus efectos son necesarios si deseamos realmente resolver esta problemática.